Late el cerebro con una cordura sin nombre
Se acaba la repartición de carne y
los huesos faenados se cuelan entre las rejas
saturando el aire
todos los sonidos ahora van perdidos arrebatados de pesar
La faena a sido destazar al animal-hombre caído
y reírse, reírse con la amargura exacta de todo lo creado
Antropófagos sedientos esperan a la salida del templo
colándose entre pétalos de margarita
somos una madeja de viseras enredada
mostrándose entre caras y bocas con la mejor aura
La piedra fundida transformada recae
Sobre los pies de la ultima virgen
que abandonada reza al ultimo hombre
Queriendo recoger la mortaja para olerla y quedarse prendada
Al pulso natural de la espera
La virgen llora el pedazo de vida que se va
sabiendo que este es un suspiro
un halito indefinido de tiempo
un trozo de espacio vacuo, insignificante
en la marea de eras
el hombre carnicero en el sonido mecanico de la faena
siente la presencia de humo de la virgen
que materializándose ella en el rincón oscuro
extiende los brazos
en un murmullo de resos
como un utero que acoge un hijo
carnicero el hombre con feroz paso y cuchillo en mano
parándose frente a la virgen
no se ha arrodillado
mas en un sinistro golpe certero
la ha decapitado
la sangre cae como un magma que todo se traga
como si la tierra limpiara de vida y muerte
la paradoja absurda del destino
la virgen erguida con los pies sumergidos
en su sangre magma
subiendo por sus muslos
devorándolo todo
descubriendo indecente y maloliente
el hedor profundo de los cuerpos
descomponiéndose a la intemperie
no hay fe,
el futuro prendado de una ultima silaba
ya no esta aquí
ya no esta
ahora muerto el animal los carroñeros vienen a llevarse la carne
para venderla al mejor postor a la suerte del mejor precio
ahora el mal de la sangre nos ha hecho olvidar
el poder del nombre en el hombre
el poder del verbo en el silencio
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